El siglo XX fue el siglo de las grandes visiones, el XXI el de la incertidumbre, el siglo que nos impulsa a  investigar sobre el porvenir y tratar de influir sobre él. Pasamos de una era de certezas a otra de probabilidades. No existe el futuro, sino muchos futuros.

Actualmente, la crisis política, económica y social coincide con la crisis sobre el futuro y su indescifrabilidad. Estamos en una era de transición de un sistema económico y político a otro, donde la incertidumbre provoca miopía en la búsqueda de soluciones de la crisis. Esta miopía se hace evidente incluso en la amnesia sobre nuestro pasado reciente y en la incapacidad de encarrilarnos hacia un futuro posible y deseable.

Escribía el economista Jeffrey Sachs:” EEUU y Europa necesitan una estrategia de crecimiento a largo plazo y no un nuevo estímulo de corto plazo al crecimiento. Para ello habría que dirigir las nuevas tecnologías –de la información, la comunicación, el transporte, los nuevos materiales y la genómica- hacia la resolución de los problemas de falta de sostenibilidad y calidad de vida a los que se enfrentan nuestras sociedades. El crecimiento a largo plazo (y la calidad de vida) podrían alcanzarse a través de nuevas inversiones que avancen hacia una economía baja en carbono, baja en contaminación y alta en prestaciones sociales y mediambientales.”  En resumen, un nuevo avance en la ciencia con consecuencias económicas tan profundas que podrían desencadenar una nueva revolución industrial que transformaría nuestras vidas, como califica estas medidas Carlos Mulas, profesor de Economía en la Universidad Complutense.

Pero para empezar a caminar tendríamos que pasar de las visiones cortoplacistas a elegir el camino hacia dónde se quiere ir y emprender actuaciones con reformas coherentes que permitan optimizar recursos. La ciencia, entonces, será decisiva en la creación del conocimiento y participará en una economía avanzada que cristalizará en un nuevo modelo económico apuntado por Jeffrey Sachs. Una de las herramientas para llegar a ello puede ser la Estrategia 2020 y sus 17 sectores de crecimiento futuro.

Es, en efecto, en la ciencia donde encontraremos el camino a recorrer, porque sin ella ningún análisis del mundo tiene sentido. Sirva como ejemplo el hecho de que la idea de los derechos humanos pudo afianzarse gracias a que la ciencia había socavado el argumento de autoridad. En estos momentos en que parecemos acercarnos al clímax de una crisis histórica puede ser una cuestión de supervivencia buscar la solución en la ciencia, saber aplicarla con madurez y abrirla a otros ámbitos como el mundo del arte y del pensamiento humanista.

Los grandes avances científicos, muchos de ellos con decisivas consecuencias económicas, se han producido en épocas de crisis. Sin embargo, para ello necesitamos de un suelo abonado, una mayor financiación empresarial de la I+D y ecosistemas innovadores, como los clusters, para generar más riqueza. Hace falta reformas en las políticas, transformar nuestra manera de producir y consumir bienes y servicios para generar un modelo donde las nuevas empresas y los nuevos empleos sean sostenibles por décadas y la calidad de vida experimente un salto positivo sustancial.

Por el momento, sin embargo, se pierden en el camino ecosistemas innovadores que podrían hacer de puente en la transición actual. Como apuntaba Xavier Ferràs, Director del Centro de Innovación Empresarial de ACC1Ó, “en España, el incipiente ecosistema innovador, más parecido a un seco bosque mediterráneo que a la selva tropical, va a morir” y con él un sector estratégico para la competitividad del país y dos décadas de trabajo.

Para diseñar una estrategia de futuro, quizás deberíamos empezar a cambiar de pregunta y no solamente de respuesta. Dejar de buscar respuestas a cómo salvar el sistema y pasar a preguntarnos sobre cómo avanzar en la incertidumbre para  transformar nuestra manera de producir y consumir. Como decía Jorge Wagensberg: “cambiar de respuesta es evolución; cambiar de pregunta es revolución”.